martes, 10 de noviembre de 2009

Crónica de personaje


Tenía los ojos más fríos del mundo. Negros como la noche pero sin el brillo de las estrellas, como si estas hubieran sido absorbidas por algún hoyo negro.

Solo los pude ver por algunos segundos, debo admitir que me dio un poco de miedo. Estaba ansioso y se notaba por la forma frenética en la que caminaba de un lado a otro y en la que observaba su relajo cada cinco segundos, como si por solo desearlo pudiera hacer que el tiempo pasara con más rapidez.

Tratábamos de evadir nuestras miradas, ambos deseando en silencio que el otro no estuviera ahí pero a la vez agradecidos de no encontrarnos solos en ese pequeño elevador que por capricho del destino había decidido detenerse entre los pisos 50 y 51 de uno de los edificios mas altos de la ciudad.

Los bomberos llegaran pronto- dije tratando de sonar positiva para aliviarnos a ambos.

Él respondió, estaba más concentrado en contestar las numerosas llamadas que recibía en su diminuto teléfono móvil.

¡Ah! no me digas que tenías una reunión y justo nos quedamos atrapados. ¡Qué mala suerte!- dije en un patético intento de ser compasiva.
"Perder un contrato de 150 millones de dólares. Si, creo que tuve mala suerte. Fue su respuesta ruda y sarcástica.
Dispuesta a ignorarlo procedí a hacer mis ejercicios de respiración, inhalando profundamente y exhalando despacio emitiendo un largo ”doooo”. Repetí la acción un par de veces ante la atónita y burlona mirada de mi acompañante que de seguro pensaba que el encierro me había enloquecido.
Indignada por esa mirada de burla deje a un lado mis ejercicios e inspección al otro cautivo, vestía un aburrido y simple traje negro y una corbata roja tan ajustada que parecía estar asfixiándolo. No había nada de interesante en el sujeto, excepto por la mirada que ya no era fría, ni burlona, sino ausente y hasta triste. Su cuerpo esta encerrado pero su mente se hallaba perdida por el mundo, quizá repasando todos los detalles y pequeñas decisiones que había tomando y que lo llevaron hasta donde esta ahora, encerrado con una extraña y enfrentando el que quizá sería uno de los perores fracasos de su vida. Cerró los ojos con fuerza y empezó a golpear suavemente su cabeza contra la pared del elevador.
Sentí lástima pero no dije nada. Sólo me senté a esperar que vinieran a ayudarnos. Él hizo lo mismo sentándose al frente mío. Abrí mi bolso y saqué un sándwich de queso, lo partí en partes iguales y se lo ofrecí al triste prisionero, cuya única respuesta fue un simple pero sincero “gracias”.

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