martes, 10 de noviembre de 2009

Crónica policial


Encontraron su cuerpo en un callejón, era una joven de aproximadamente 21 años. Presentaba numerosos moretones en el rostro, su vestido estaba manchado de sangre y en sus piernas había quemaduras del cigarrillo. Que ponía en evidencia la crueldad con la que fue tratada.

A pesar de la violencia a la que su cuerpo fue víctima, su rostro lucia apacible, incluso hermoso. Tenía en la expresión de las personas justas y decentes. No era difícil imaginársela con vida, riendo y quizá bailando, con inocente alegría casi infantil. O quizá simplemente caminando por la calle dispuesta a ir a casa después de un largo día de trabajo.

Algunos vecinos que salieron de sus casas y se amontonaban para ver lo que ocurría hicieron la señal de la cruz y dijeron algunas plegarias por el alma de la infortunada, otros solo seguían con la mirada cada acción de la policía. Quienes acordonaron la zona y trataban de alejar sin éxito a los curiosos.

El equipo de médicos forenses tomaban fotos a la escena y a la joven, mientras esta era examinada para tener una idea preliminar de lo que podría haber sido la causa de su muerte. La policía interrogaba los vecinos para saber si habían oído o visto algo que pudiera relacionarse con el caso y que diera pistas de lo que pasó a la joven. Algunos dijeron que escucharon gritos, ruidos de autos y a un hombre sospechoso del que no dieron muchos detalles porque era muy de noche y no pudieron distinguir bien al sujeto.
En una esquina alejado del tumulto y apoyado tranquilamente en una pared de ladrillos, se alzaba la figura de un hombre de lentes oscuros, barba que el cubría el rostro y que enmarcaba una cruel sonrisa de medio lado. Esas sonrisas macabras de quienes son responsables de algo siniestro y que están satisfechos con su trabajo, sabiendo que quizá nunca sean descubiertos.

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