martes, 10 de noviembre de 2009

Mi hermana del alma

Mónica nació casi cuatro años antes que yo, desde pequeña siempre sentí que eso era una injusticia tremenda. La versión que siempre contaba y que aun cuento, es que mientras yo estaba en el cielo, haciendo una fila y esperando pacientemente mi turno para nacer, justo cuando las luminosas puertas del cielo se abrieron para que mi viaje a la tierra pudiera comenzar, mi querida hermana me empujó y bruscamente tomó mi lugar. Obligándome a tener que esperar cuatro largos años para volver a estar al frente de la gran puerta que me dejaría entrar a la tierra.

A pesar de todo eso agradezco que haya nacido antes que yo, si no fuera por Mónica yo hubiese sido secuestrada por los duendes malvados que ella vio que volaban sobre mi cabeza mientras dormía plácidamente en mi cuna. Encontrándome en un gran peligro mortal mi querida hermana valientemente se escondió debajo de su sábana, dejándome a merced de los duendes, famosos por llevarse a los niños sin bautizar, y esperó hasta el día siguiente para dar la voz de alarma.

La única persona que le creyó fue mi abuela Juana, que en esos tiempos era hechicera, y le dijo a nuestra madre que pusiera un pan debajo de mi almohada, si al día siguiente el pan amanecía mordido, era prueba innegable de que el mal me rondaba.

El tiempo y el pan le dieron la razón a la pequeña Mónica. Nuestros padres hicieron los arreglos para el bautismo, lo más rápido que pudieron. Cuenta nuestra abuela que apenas el agua bendita tocó mi pequeña cabecita, comencé a gritar como loca, causando conmoción en todo el templo y el pánico de un joven cura, que hasta la fecha sigue contando la anécdota.

Uno de los momentos de gloria de mi hermana sucedió en un hermoso dia de playa, ella, de apenas cinco años se encontraba haciendo castillos de arena en la orilla del mar y cuidando de su pesada hermanita menor. Cuando de pronto sintió la necesidad de ir en busca de su pequeña palita azul, así que me dejó por unos segundos al cuidado de su obra de arte. Al volver no había castillo arena y para su horror tampoco había hermanita menor, yo estaba siendo arrastrada por las olas del mar, mientras reía estúpidamente ajena al peligro, como siempre.

Valientemente cogió su palita azul y entabló una épica batalla contra el mar para salvarme, peleó aguerridamente pero el mar también. En medio de la batalla cuando sus fuerzas flaqueaban, se lanzó encima mío para cubrirme con su pequeño cuerpo. Esa vez no ganó una medalla por su valentía, pero se la merecía sin lugar a dudas.

La pequeña Mónica, solía llevarme en su triciclo, lo cual era una tarea muy ardua. Según dice mis pañales pesaban una tonelada y en mas de una ocasión sintió el impulso se lanzarme fuera del triciclo. Las veces en que sintió que su pesada carga se aligeraba y que sonreía, pensado que se había hecho muy fuerte, volteaba para darse cuenta, que su única pasajera se había levantado de su asiento, empujando con una mano el triciclo y con otra cogiéndose el pañal.

Esas historias definen quienes somos, siempre ayudándonos y cuidándonos, enfrentando a todo tipo de adversidades, incluyendo a duendes malvados y fuerzas de la naturaleza.

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