sábado, 31 de octubre de 2009


El dia en que nací



Recuerdo el día en que nací, bueno quizás no todo lo que pasó pero si las partes más importantes. Recuerdo una habitación blanca y luminosa, digo habitación pero en realidad no había paredes ni techo, no había principio ni fin. Solo una larga y aparentemente interminable fila de niños y niñas que esperaban ordenadamente su turno para nacer. La alegría me embargó al saber que después de casi cuatro de haber estado esperando, mi turno al fin había llegado.

De pronto el escenario cambió abruptamente, la calidez y alegría fue reemplazada por desesperación y oscuridad. El oxígeno escapaba rápida y peligrosamente de mis pulmones, el cordón umbilical se había enredado en mi cuello e intentaba dejarme atrapada en una oscuridad eterna, desesperada hice lo posible por salvarme pero mis manos torpes y pequeñas no pudieron hacer nada.
Justo en el momento en que pensé que había perdido la batalla, volví a ver la luz, me salvaron del cordón que me aprisionaba y pude respirar al fin.
El silencio reinaba en la habitación, no hubo llanto de mi parte, no aún cuando el malvado doctor me dio una palmada para obligarme a llorar. Según cuenta mi madre, quien nunca me ha mentido, dirigí mis ojos hacia el médico y lo miré por largo tiempo, indignada y con el ceño fruncido reprochándole por el acto de violencia cometido en mi contra.

Después levanté la cabeza e hice una detallada inspección del ambiente, todo era rosada, excepto por las armas de guerra, filudas y metálicas, que yacían amenazantes sobre una mesa, volteé la cabeza, horrorizada y decidí centrarme en algo más interesante. En una cama, despeinada y exhausta esta mi madre, a quien reconocí de inmediato, su estado era la prueba de lo terrible y arduo que había sido el combate que habíamos ganado a base de mucho esfuerzo. A su lado estaba una niña de casi cuatro años, con tres largas trenzas francesas que amarraban sus cabellos. Ella saltaba de un lado a otro cogiendo su pequeño bolso con forma de gato, mientras muy cerca de ella estaba mi papá, quien tendía abundante cabello y una horripilante barba. No pude contener mi horror al verlo así que grité con todas las fuerzas que pude, pataleé, arremetí con violencia en contra del doctor que me sujetaba y contemplaba atónito el primero de mis muchos berrinches.

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