Crónica policial
Encontraron su cuerpo en un callejón, era una joven de aproximadamente 21 años. Presentaba numerosos moretones en el rostro, su vestido estaba manchado de sangre y en sus piernas había quemaduras del cigarrillo. Que ponía en evidencia la crueldad con la que fue tratada.
A pesar de la violencia a la que su cuerpo fue víctima, su rostro lucia apacible, incluso hermoso. Tenía en la expresión de las personas justas y decentes. No era difícil imaginársela con vida, riendo y quizá bailando, con inocente alegría casi infantil. O quizá simplemente caminando por la calle dispuesta a ir a casa después de un largo día de trabajo.
Algunos vecinos que salieron de sus casas y se amontonaban para ver lo que ocurría hicieron la señal de la cruz y dijeron algunas plegarias por el alma de la infortunada, otros solo seguían con la mirada cada acción de la policía. Quienes acordonaron la zona y trataban de alejar sin éxito a los curiosos.
El equipo de médicos forenses tomaban fotos a la escena y a la joven, mientras esta era examinada para tener una idea preliminar de lo que podría haber sido la causa de su muerte. La policía interrogaba los vecinos para saber si habían oído o visto algo que pudiera relacionarse con el caso y que diera pistas de lo que pasó a la joven. Algunos dijeron que escucharon gritos, ruidos de autos y a un hombre sospechoso del que no dieron muchos detalles porque era muy de noche y no pudieron distinguir bien al sujeto.
En una esquina alejado del tumulto y apoyado tranquilamente en una pared de ladrillos, se alzaba la figura de un hombre de lentes oscuros, barba que el cubría el rostro y que enmarcaba una cruel sonrisa de medio lado. Esas sonrisas macabras de quienes son responsables de algo siniestro y que están satisfechos con su trabajo, sabiendo que quizá nunca sean descubiertos.
Encontraron su cuerpo en un callejón, era una joven de aproximadamente 21 años. Presentaba numerosos moretones en el rostro, su vestido estaba manchado de sangre y en sus piernas había quemaduras del cigarrillo. Que ponía en evidencia la crueldad con la que fue tratada.
A pesar de la violencia a la que su cuerpo fue víctima, su rostro lucia apacible, incluso hermoso. Tenía en la expresión de las personas justas y decentes. No era difícil imaginársela con vida, riendo y quizá bailando, con inocente alegría casi infantil. O quizá simplemente caminando por la calle dispuesta a ir a casa después de un largo día de trabajo.
Algunos vecinos que salieron de sus casas y se amontonaban para ver lo que ocurría hicieron la señal de la cruz y dijeron algunas plegarias por el alma de la infortunada, otros solo seguían con la mirada cada acción de la policía. Quienes acordonaron la zona y trataban de alejar sin éxito a los curiosos.
El equipo de médicos forenses tomaban fotos a la escena y a la joven, mientras esta era examinada para tener una idea preliminar de lo que podría haber sido la causa de su muerte. La policía interrogaba los vecinos para saber si habían oído o visto algo que pudiera relacionarse con el caso y que diera pistas de lo que pasó a la joven. Algunos dijeron que escucharon gritos, ruidos de autos y a un hombre sospechoso del que no dieron muchos detalles porque era muy de noche y no pudieron distinguir bien al sujeto.
En una esquina alejado del tumulto y apoyado tranquilamente en una pared de ladrillos, se alzaba la figura de un hombre de lentes oscuros, barba que el cubría el rostro y que enmarcaba una cruel sonrisa de medio lado. Esas sonrisas macabras de quienes son responsables de algo siniestro y que están satisfechos con su trabajo, sabiendo que quizá nunca sean descubiertos.
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